Sexo, Verdades, y Cámaras de Video

Nadie sabe su nombre o su tono de voz. Excepto para la familia o amistades cercanas, su individualidad carece de importancia.

Y sin embargo, es una especie de atípica celebridad nacional.  Su imagen ha recorrido la Isla de un extremo al otro, contrabandeada, multiplicada hasta el infinito en cientos, miles de computadoras personales y dispositivos de almacenamiento.

No estudia en la actualidad: fue expulsada del centro educacional donde pretendía graduarse de Informática hace algunos años. Su cuerpo exhibe la perfección juvenil en poco más de treinta fotografías digitales a disposición de cualquier cubano que posea un ordenador.

– No, no lo hice por dinero – me aclara. – Fue que la ocasión se presentó, y me pareció divertido. Quien las tiró era en ese momento mi novio. No hubo nada de dinero en eso.

–  ¿Y qué te dijo él que iba a hacer con las fotos? – pregunto.

– Nada. Fue un jugueteo que teníamos los dos, él sacó la cámara y yo empecé a posar. Pero no fue algo planificado ni preparado, fíjate que eso se ve en las fotos, que era algo improvisado. Cuando terminamos de tener sexo, las vimos y él me dijo que las iba a guardar en su computadora. Después me dio a mí una copia de todas. Pero hizo las copias en una computadora de la escuela, y ahí fue por donde se difundieron.

Ella no pone en duda mi conocimiento de esas imágenes. Sabe que yo, al igual que miles de personas –sobre todo hombres -, las hemos observado alguna vez en una computadora personal, algunos la han almacenado con celo, y ha sido secreta inspiración para solitarios desesperados.

Es camagüeyana y tiene veintitrés años de edad. Su belleza es imponente para una joven de familia obrera, sin cuidados extremos de la piel ni artificios de silicona. Me pide que, aunque su cuerpo es más conocido que el de la Giraldilla, no mencione su nombre. Yo asiento. Es lo único verdaderamente privado que le queda.

En el 2005 fue otra de las purgadas de la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI), de La Habana.

Luego de que una explosión de pornografía digital se expandiera desde este centro hacia el resto de Cuba, los directivos debieron invertir más tiempo en reuniones y medidas disciplinarias, que en clases docentes.

El escándalo había tomado proporciones como nunca antes lo había conocido la sociedad cubana. Decenas de jóvenes de todas las provincias del país habían sido fotografiadas y filmadas en poses eróticas, semi desnudas, desnudas completas, o en plenos actos sexuales de imaginación desenfrenada.

En algunos casos pudo comprobarse la existencia de un mercado nacional o foráneo de este tipo de mercancía. En otros, se trataba de simple disfrute de nuevas formas de sexualidad, que se extendieron a la población por descuidos de quienes conservaban los materiales, o por deseo expreso de los mismos.

– Cuando ya habíamos tirado como veinte fotos fue que él buscó a la otra chica – me dice.

Porque sí, la peculiaridad de sus imágenes es la práctica bisexual presente en ellas. Mientras en las fotos iniciales se trata solo de ella en poses diversas, incluso manteniendo sexo oral con su novio (que nunca sale), luego se entrega a placeres carnales con otra joven, según me dice, compañera de cuarto.

–  ¿Hay algún tipo de arrepentimiento en ti? – le pregunto.

– Chico, creo que lo único que de verdad me dolió fue que me sacaran de la escuela – responde con seguridad. – Con mis padres yo me arreglé rápido, ellos saben que soy joven pero soy adulta, y tomo las decisiones que quiero.

– Y dime algo, ¿cómo has podido manejar el tema de la publicidad que han tomado esas fotos tan íntimas?

Su respuesta, en este caso, me pareció de una sinceridad pasmosa:

– Mira, a mí no me preocupa eso en lo más mínimo. ¿Y sabes por qué?, porque lo que yo hice ahí y que todos ven, es lo que la inmensa mayoría de la gente, sobre todo los jóvenes, están haciendo en su intimidad. O lo que muchos no han hecho pero desearían poder hacer. Yo no tengo que avergonzarme por algo que no perjudica a nadie. Si yo hubiera matado a alguien, si yo hubiera robado, sería otra cosa. Pero por tener relaciones sexuales con un hombre y una mujer delante de una cámara de fotos, nada de eso.

Yo soy de su misma generación, y a pesar de ello, no puedo evitar sorprenderme por su declaración desinhibida. Me resulta llamativo el fenómeno. Pienso en la sexualidad que empecé a descubrir en mi adolescencia, y advierto las diferencias notables que existen con las prácticas de la actualidad.

No solo porque hace diez años jamás había visto una cámara digital ni siquiera de cerca. Sino porque hasta hace relativamente poco, el comportamiento de los sectores poblacionales más sexualmente activos tenía aún a la intimidad, al resguardo de lo público, como algo sagrado e inviolable.

DESDE ALFRED KINSEY HASTA HOY

Su nombre representó un parteaguas en el entendimiento del comportamiento sexual humano, a principios del Siglo XX. Alfred Kinsey, biólogo y sexólogo norteamericano, fue uno de los precursores de la llamada Revolución Sexual que vendría después.

Nadie, antes de él, habló con tanta libertad y naturalidad de fenómenos hasta el momento asumidos de forma pública como depravaciones patológicas, o desviaciones de la psique humana. Digamos masturbación (sobre todo la femenina, tema que aún no desligado del tabú), digamos homosexualismo y bisexualismo.

La “Escala de Kinsey”, uno de sus aportes fundamentales, comprende todos los grados que según el científico explican los intereses humanos en materia de sexo, con sus matices y variaciones.

En sus libros “Comportamiento Sexual en el Hombre” (1948) y “Comportamiento Sexual en la Mujer” (1953) pueden leerse afirmaciones como la siguiente: “Nada de lo que tenga lugar entre dos personas adultas, en su intimidad, y con el consentimiento de ambos, puede considerarse enfermizo o acusable. La supuesta inmoralidad es otra farsa social.”

O también, provocaciones de estas: “Si todos los seres humanos se juntaran en un stadium, por ejemplo, y cada cual confesara en voz alta sus fantasías sexuales, todos descubrirían que aquello que hasta hacía muy poco asumían como barbaridades propias, en realidad era el pensamiento casi todos”.

Pienso en esto, ahora que el mapa sexual de mi país al parecer ha cambiado de color. Está cambiando notoriamente. Para verlo, basta aguzar los sentidos. Basta juntar evidencias, declaraciones, estudiar con lupa el decursar de la realidad que nos circunda, para descubrir que, para sorpresa de muchos, si bien en el plano sociopolítico la Isla sigue siendo la misma de hace mucho, la sexualidad de los cubanos ha experimentado una transformación evidente sobre todo en su población más joven.

La licenciada Karelia Cobas Ordaz, Máster en Sexología y autora de un libro de próxima publicación sobre nuevos retos para la educación sexual en adolescentes, también lo reconoce así:

– A pesar de que no es un fenómeno privativo de Cuba ni mucho menos – me dice – , esta especie de liberalidad es muy interesante en nuestro país por el hecho de que en otros aspectos, la sociedad cubana no ha variado apenas. Por ejemplo: en un país tan sexual como este, no existen prácticamente casas de citas para las relaciones ocasionales, no existen los llamados Sex Shops de otros países, ni la pornografía se vende como un producto legal. Entonces resulta particular que bajo estas condiciones las prácticas sexuales de los jóvenes hayan experimentado un cambio tan notable.

Y me afirma algo muy interesante: según datos incluidos en su tesis de Maestría, las relaciones ocasionalmente lésbicas de jóvenes con edades comprendidas entre los 18 y los 27 años edad, en Cuba, supera en algunos puntos porcentuales a los datos recogidos en estudios de sexualidad en países como Chile, Panamá, Puerto Rico, y Jamaica.

Según Cobas Ordaz esto no revela un incremento de la población lésbica joven, sino una apertura de prácticas sobre todo femeninas, donde la curiosidad en torno a nuevas formas de placer propician la materialización, por ejemplo, de tríos sexuales donde las relaciones entre mujeres son muy frecuentes.

Sobre el punto de la “publicidad” de la intimidad sexual, la especialista afirma:

– Es un tema que la Sexología en Cuba tiene pendiente de manera especial. Resulta evidente que el pudor, el miedo a exhibir el cuerpo de forma pública, ha cedido terreno a otras conductas. Es cierto: muchos jóvenes se fotografían hoy sin que les preocupe la difusión de esas fotos. En muchos casos, las difunden de manera expresa.

Para estas conductas, que colindan con términos muy peligrosos como pornografía o prostitución, el Código Penal cubano no reconoce sanciones. Según me explica el Licenciado en Derecho Alejandro Mojena Ramírez, en este tipo de materiales, sean fotos o videos, no hay delito siempre y cuando se trate de mayores de edad, y no se verifique el ánimo de lucro de quienes intervienen en los mismos.

Lo cierto es que el número de jóvenes, mayormente féminas, cuyos cuerpos pueden ser apreciados hoy en el universo digital cubano, no solo es bien grande sino que además es creciente. Para algunas se trata de una manera de ganar dinero fácil. Para otras, de acceder a nuevas experiencias muy de moda.

Si bien en un principio la connotación de escándalo nacional que rodeó al caso de la UCI fue extendido a las nuevas “modelos” que aparecieron por todas partes, esta visión no cabe duda que ha comenzado a cambiar. Ya no posee matices de sorpresa extrema. Solo queda el morbo inevitable y lascivo detrás de cada nueva chica cuya desnudez se hace de dominio general.

¿Cuánto de positivo y de negativo para los patrones sociales tienen estas tendencias? Es algo que a sociólogos y especialistas tocará determinar. Es decir, en qué medida es beneficiosa o perjudicial la tendencia a desprenderse de cánones sociales férreamente establecidos, y saltarse preceptos básicos como la intimidad. O cuán provechosas son las prácticas que dejan de asumir el sexo como un acto solo de dos, y lo regresan a siglos atrás, cuando el término orgía fue patentado casi exclusivamente para la sexualidad.

Mientras tanto, sostengo en la mente las últimas palabras de aquella camagüeyana exótica, cuyas carnes y actitud son muestra de esa nueva era de la sexualidad cubana. Antes de despedirse de mi inusual entrevista, apuntó:

– A mí me parece que al menos en el asunto del sexo los cubanos han dejado de obedecer a las normas y han empezado a hacer lo que quieren en verdad. Me parece que los jóvenes son muy libres en el terreno sexual. ¿A ti no te parece que eso es bueno?

Y yo, sonriente y divertido, le dije que sí.